Sorpresivo despertar
Vaya altura la de estos techos le digo a
Jacky, la dueña del palacete
situado en una espléndida explanada
campestre, donde me encontraba de invitado.
Caminamos por sus pasillos de empedradas
paredes; visitando la espléndida biblioteca y su ostentoso salón comedor para
grandes eventos.
Al subir a las habitaciones, las voy
conociendo una a una, explicándome las características y anécdotas ocurridas en
cada recámara.
En esta habitación, llamada de Las
Apariciones, me dice la anfitriona, se sienten extraños ruidos en las noches;
una joven visitante de nombre Eira que en ella estuvo alojada, y que nos
cantaba hermosas canciones después de la cena, desapareció en un paseo por el
lago, una mañana de otoño hace cinco años. Dicha habitación tenía decoración
medieval, por las esquinas cual custodios, armaduras con sus espadas y lanzas;
en sus paredes escudos, mazas, espadas enormes de torneos y hachas de múltiples
formas.
El personal del palacio me comenta, que
con frecuencia se oye una voz de mujer y también dulces cantos a la media noche
en esa habitación; quedo pensativo e intrigado, deseando saber más acerca de
esa desaparecida visitante.
Esta será su habitación, al final del
largo pasillo, la llamamos de Los Ilustres, me indica mi distinguida
anfitriona; se sentirá cómodo en ella, es muy cálida y confortable.
Ya instalado, me sentía como un zar en
ella, pues era lujosa, luminosa, con decoración moderna y con buen gusto.
Esa noche, después de una abundante
y deliciosa cena, me retiro temprano a mi habitación y al rato, quedo dormido
profundo en la gran cama. Hay luna llena, canto de grillos en los jardines,
croar de ranas y ulular de búhos; y yo, rendido y entregado a la profundidad de
mis sueños.
Los primeros rayos del sol iluminan mi
rostro despertándome; todavía tumbado, dirijo mi mirada hacia el techo y
el entorno de la habitación, quedando espantado de mi presencia en ella.
He amanecido en la habitación y durmiendo en la cama de la
ilustre desaparecida, mi mano derecha empuñando la más larga de las espadas; mi
mano izquierda, apretando la mano de la joven Eira, que yacía dormida plácidamente
a mi lado.
Arturo Ezquerro
Cuentos a la medianoche - Mayo 2022